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martes, 24 de mayo de 2011

La influencia del catolicismo en la sexualidad occidental: una visión histórica

Oliva Solís H.  FCPyS-UAQ

La influencia del cristianismo y en especial del catolicismo en la sexualidad occidental ha sido avasalladora. Desde su aparición hasta prácticamente la primera mitad del siglo XX, su cosmovisión ha sido la dominante, determinando con ello la moral imperante. En esta ocasión, mostraremos a grandes rasgos, la forma en que el discurso de la iglesia católica se convirtió en la moral oficial, imponiendo una visión  negativa en torno al cuerpo, el placer y la sexualidad. Haremos un recorrido en orden cronológico, comenzando con la época clásica de Grecia y Roma para concluir con la moralidad que prevaleció hasta la década de los cincuenta del siglo pasado. Este recorrido nos permitirá ver, por un lado, la forma en que se conformó el discurso dominante así como la forma en que fue perpetuándose.
Partimos de los supuestos teóricos propuestos por Michel Foucault en torno al discurso y la forma en que este define los criterios de inclusión/exclusión, así como los mecanismos de poder a través de los cuales se perpetúa y legitima una práctica.
Michel Foucault, desde la perspectiva de la Nueva Historia (Burke, 2003) y más específicamente de la Historia de las Mentalidades, propone que “el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse” (Foucault, 2010).  Este discurso, tiene una genealogía, es decir, un origen, el cual es posible conocer a través de una arqueología del saber. Tal arqueología nos permite identificar las huellas a través de las cuales se ha ido construyendo el discurso, así como los discursos subalternos de los cuales se nutre. A su vez, el discurso dominante permite reproducir y legitimar el poder. Para Foucault “el poder no es una institución, ni una estructura. Tampoco es una potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica en una sociedad dada.” (1976: 113).  Por otro lado, dice Foucault, el poder es algo que se ejerce, que está en todas partes y se manifiesta de múltiples formas. El poder es una multiplicidad de relaciones de fuerza, es un juego, un apoyo, es una estrategia. En fin, el poder es un juego de relaciones no igualitarias en donde el dominador impone al dominado una forma de ser, pensar y actuar en el mundo. En este caso, el discurso cristiano católico, que es el discurso dominante, se nutrió de otros discursos, principalmente del judaísmo, incorporando una serie de preceptos propios y de mecanismos de control, vigilancia y castigo que le permitieron reproducirse y legitimarse a través de discursos disciplinares como el de la teología moral, el del derecho y el médico. 
El trabajo está estructurado en tres apartados, a lo largo de los cuales presentaremos los tópicos señalados anteriormente.
La sexualidad en la época clásica
En los Nueve libros de la Historia, Herodoto (1986), el gran viajero de la antigüedad, da cuenta de un sin número de prácticas relacionadas con la sexualidad. La consigna, no obedece al morbo o la delectación, sino a un afán de conocimiento que le permite comparar los usos y las costumbres de los pueblos que son considerados “bárbaros”. Así, da cuenta de cómo las mujeres lidias consiguen su dote a partir de la prostitución, la cual ejercen libremente y, una vez completada su dote, eligen libremente a su marido. Entre los babilonios, las mujeres también practican la prostitución sagrada, ritual previo a todo matrimonio. Los persas, por su parte, son polígamos, solían tomar muchas mujeres como sus esposas, pero además de ellas tenían muchas otras amigas. Señala también, como era costumbre entre los hombres de este pueblo tomar a las mujeres públicamente, cual si fueran brutos.  
La época clásica, que corresponde a la griega y romana, conoció una sexualidad más libre, más natural e incluso divina. Los griegos, constantemente, alaban en sus coloquios la presencia de eros, distinguiendo, como hace Platón, dos tipos de amor: el divino y el profano. El primero, eleva la razón al mundo de las ideas, el segundo, lleva a la sensualidad, a los apetitos concupiscibles, a la contemplación y deleitación frente al cuerpo del otro. Pero no el cuerpo de las mujeres, consideradas inferiores y por tanto sólo el vehículo para la reproducción, sino el de los hombres, desnudos, sudorosos luego de ejercitarse en el gimnasio. El amor entre los hombres, la educación de los paides, la delectación del espíritu, tiene su expresión en la relación sexual, de la cual dan cuenta no sólo las obras literarias o poéticas, sino incluso las filosóficas y el arte.
Los romanos, seguidores fieles de los griegos, preservaron sus costumbres sexuales, aunque les asignaron a las mujeres una condición social de mayor reconocimiento, valorando en las matronas las virtudes como la temperancia, la prudencia, la modestia y la castidad. Lucrecia, se convirtió así en el modelo prototípico de la madre romana que prefiere la muerte al deshonor. Sin embargo, aunque Lucrecia era el ideal, la historia nos ha legado relatos de orgías en donde el sexo, la comida, la bebida y la sangre se conjuntaban para incrementar los placeres del cuerpo.
Sin embargo, los judíos no percibían de la misma manera la sexualidad. El Levítico está plagado de prohibiciones que tienen como eje la sexualidad. En el capítulo XX, dice Dios a su pueblo:
“Si alguno pecare con la mujer de otro o cometiere adulterio… mueran sin remisión (…), el que pecare con su madrastra, deshonrando así a su propio padre, muera juntamente con ella (…), si alguno pecare con su nuera, mueran ambos dos (…), el que pecare con varón como si éste fuere una hembra, los dos hicieron cosa nefanda, mueran sin remisión (…), el que teniendo por mujer a la hija, se casa después con la madre de ella, comete un crimen enorme: sea quemado vivo con ellas (…), el que pecare con una bestia, muera sin remisión (…), la mujer que pecare con una bestia, sea muerta juntamente con la bestia (…), si alguno tuviere trato ilícito con su hermana (…) serán muertos en presencia de su pueblo (…), si alguno se juntare con mujer durante su período menstrual (…) ambos serán exterminados de su pueblo (…), no tendrás que ver con tu tía materna o paterna (…) el que pecare con la mujer de su hermano, quedarán sin hijos (…) y termina diciendo: “no queráis seguir las costumbres de las naciones que yo he de arrojar de delante de vosotros, pues por haber hecho ellas todas estas cosas, yo las abomino” (Biblia, 1988).
El cristianismo adoptó el modelo judáico en torno al sexo y al cuerpo, manteniendo todas estas prescripciones pero, además, añadiendo otras. Pablo de Tarso, es el gran artífice de la regulación sexual. En sus cartas a los diferentes pueblos en donde predicaba, señala algunos preceptos, por ejemplo:
  1. La idea de que el cristiano tiene que diferenciarse del gentil en su conducta, la cual debe buscar la vida de gracia y no el imperio del pecado que es la muerte.
  2. Reconoce que el espíritu está presto, pero que la carne es débil. De esto deduce que la carne es el receptáculo de los apetitos concupiscibles, de manera que hay que reprimir la carne para evitar el pecado y buscar la virtud. “Oh cuan infeliz soy, ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte, o mortífera concupiscencia?” (Pablo de Tarso, Epístola a los Romanos, Biblia, 1988: 1272). Luego añade: “porque los que viven según la carne, se saborean con las cosas que son de la carne; cuando los que viven según el espíritu, gustan de las que son del espíritu” (Idem.). Así pues, queda instituida la división entre cuerpo y espíritu, quedando el cuerpo como receptáculo del pecado y el espíritu como centro de vida eterna. Esta división, sería retomada más tarde por San Agustín, quien la vinculó con la filosofía platónica del alma, estableciendo los fundamentos teológicos oficiales del cristianismo.
  3. No tratéis con los deshonestos. Sacad de la comunidad a los pecadores. No permitáis que la levadura echada a perder acede al resto. “No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, han de poseer el reino de Dios” (San Pablo, Epístola a los Corintios, Biblia, 1988: 1286). El cuerpo no es para la fornicación, sino para la gloria de Dios. Suprimid pues al cuerpo, mortificadlo, anuladlo para vivir en la gracia. Huid de la fornicación. Nosotros somos parte del cuerpo de Cristo y, por tanto, no nos es lícito mancillar este cuerpo que es templo del espíritu. De aquí se derivan nuevas prescripciones: no a la masturbación, no a los tocamientos, no a la sexualidad libre, incluso dentro del matrimonio.
  4. Loable cosa es la virginidad, más, para evitar la fornicación, cásense. Más vale casarse que abrasarse.  Que la mujer tenga marido y el marido mujer. Pague el marido el débito a la mujer y la mujer al hombre, porque la mujer casada no es dueña de su cuerpo, sino que lo es del marido y viceversa. Si la mujer ha quedado viuda, puede volver a casarse, pero mientras viva su marido, debe serle fiel, de lo contrario, es adulterio.
Todas estas prácticas pasaron al cristianismo, sin embargo, sólo comenzaron a institucionalizarse en la Edad Media y, sobre todo, hasta el siglo VIII, cuando la religión cristiana se expandió por toda Europa, difundiendo sus creencias y condenando y persiguiendo las ajenas.
La Edad Media, a decir de Le Goff (2005) es una época de privaciones sexuales para muchos. De entrada, la relación sexual sólo está permitida dentro del matrimonio. La unión conyugal, reconocida por la iglesia católica permite la comunión de los cuerpos con miras a la reproducción de la especie, pero prohíbe el goce y el placer. La relación sexual, está reglamentada, vigilada y castigada por una moral presentada como única, verdadera e inmutable. El discurso cristiano en torno al cuerpo, recuperando las ideas platónicas de la división del alma y el cuerpo, ubican en la materia la cárcel del alma, lo corrupto, lo pérfido, lo repugnante, el origen y vehículo del pecado. Fundados en esta idea, el cuerpo debe ser doblegado, domesticado, civilizado. Así, las instituciones imponen un discurso que tiende a normar pero también a vigilar y castigar a través del sacramento de la confesión.
Bajo este mecanismo, la iglesia puede reorientar la conducta de los hombres. El confesor, ayudado por manuales de confesión, penetra en lo más profundo e íntimo de las personas para explorar sus pensamientos, sus deseos. Así, al pecador se le ofrece la posibilidad de redimirse mediante la palabra. Debe decirlo todo para encontrar el perdón.
Sin embargo, el cuerpo no se rinde tan fácilmente. Pese a los calendarios tan precisos impuestos por la iglesia, las faltas aparecen para dar cauce al deseo y la pasión, ya sea esta sexual o puramente corporal, confundiéndose algunas veces la lujuria con la gula e incluso con la pereza. Así, los hombres de la Edad Media oscilan entre el carnaval y la cuaresma, donde carnaval significa excesos y cuaresma privaciones. Conscientes de esto, los cristianos se preparan para el goce y la inversión, por ello, la iglesia debe estar atenta, vigilante.
El demonio, causa de los pecados, acecha de muchas maneras. De la previsión eclesiástica surgirán regulaciones para el vestido, los movimientos y los gestos corporales, los divertimentos y una vida general que debe conducir a la santidad. Así, se regula el baño y los baños, prohibiéndose a la gente decente que acuda a los baños públicos pues ahí se reúnen hombres y mujeres dispuestos a darle rienda suelta al placer. Se prohíben ciertas comidas, como la carne roja, el vino en exceso y todo aquello que tienda a despertar o incrementar la líbido. Se regula el vestido para que no muestre lo que tiene que estar oculto para no dar ocasión de pecado grave. Los bailes son también condenados, igual que la risa, las miradas intensas, el verse a los ojos y el encontrarse en soledad. La intimidad no existe pues es, precisamente en la intimidad donde el demonio acecha.
“El cristianismo instituido y la sociedad de corte naciente van a “civilizar el cuerpo” mediante la aplicación de las buenas maneras” dice Le Goff (2005:111).
Si bien estas ideas intentaron generalizarse a toda la cristiandad no en todas partes logró imponerse o, simplemente, se le hizo a un lado, haciendo gala de una doble moral y de una capacidad para no ver que atraía, fascinaba y, para algunos, causaba repudio. Venecia, Florencia, Roma, fueron ciudades conocidas por su sensualidad y vida deshonesta. Lutero, en el siglo XVI, queda impactado al ver la ciudad eterna convertida en un gran prostíbulo, en una nueva Babilonia, sucursal de las míticas ciudades de Sodoma y Gomorra.
Igualmente quedaron sorprendidos los españoles al arribar al nuevo mundo. Las prácticas sexuales de los pueblos que habitaban el Caribe causaron en ellos hondas impresiones: homosexuales, trasvestidos, hombres y mujeres desnudos y desinhibidos, libres, sin tabúes ni prohibiciones, todo ello contribuyó a acrecentar la idea de que en estas tierras imperaba el demonio (Herren, 1992). Ante esta evidencia, el celo cristiano hizo su aparición, proporcionándoles argumentos para aniquilar a los pueblos que estaban poseídos por el enemigo. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con los nahuas. En ellos encontraron signos de una civilización y de una evangelización previa al reconocer prácticas como el matrimonio, el bautizo, la confesión y otras maneras honestas de vivir.
La lucha entre el ideal y lo real fue una constante. Las prédicas de frailes y sacerdotes conminaban al pueblo a la abstinencia, a la vida honesta, al recato. Sin embargo, los sectores dominantes, la nobleza y luego la burguesía, se destacaban por su ligereza moral. El Marqués de Sade puede ser un ejemplo de las prácticas sexuales que predominaban en ciertos sectores sociales, señalando que las regulaciones y las prohibiciones eran contra natura. Haciendo eco de estas ideas, el siglo XIX vive en la contradicción: de una lado, el moralismo victoriano y del otro el predominio del sensualismo, el exotismo y la búsqueda de nuevas experiencias que quedaron reflejadas en la literatura, la pintura, la fotografía e incluso el cine. El siglo XIX es el siglo del Kamasutra y de la literatura prohibida, así como de la pornografía gráfica y de la ficción.
La propagación del estilo de vida burgués, capitalista, así como la aparición de propuestas sociales como el socialismo y el anarquismo, o de tendencias filosóficas como el existencialismo o el nihilismo, fue percibido por la iglesia católica como una amenaza. Para reaccionar a ella, se diseñan nuevas estrategias que permitieran volver a la tradición: se aparece la Virgen de Lourdes y la Virgen de Fátima, se instaura el rezo del Rosario y se declara el dogma de la Inmaculada Concepción de María, poniéndose de moda las asociaciones de las hijas de María, conminándose a través de ellas a volver al modelo mariano (Corbin, 2005).
La vuelta a la tradición era imperiosa. El crecimiento del conocimiento científico parecía imparable. A decir de Foucault (2009), el siglo XIX fue la época de la medicalización del discurso sobre la sexualidad. A diferencia de las épocas anteriores, ahora debía hablarse de sexo, incluso, debía obligarse a las personas a hablar de él como si este acto fuera un exorcismo. El discurso médico sobre el sexo se diversificó y tendió a clasificarlo todo
El siglo XX arribó lleno de esperanzas. El progreso, la modernidad, el lujo y el desenfreno eran alicientes para vivir, sin embargo, en este nuevo mundo el discurso cristiano católico parecía estar perdiendo terreno. Los liberales del siglo XIX habían visto en la religión una rémora que impedía el progreso, por tanto, había que limitar su influencia y disminuir su poderío. En México, este intento cristalizó en la Constitución de 1917 y luego se manifestó en la década de los veinte con la Guerra Cristera. Sin embargo, pese a los intentos del Estado por reducir a la Iglesia al ámbito de lo privado, la resistencia popular fue tenaz pues consideraban que su posición era “la posición” que les garantizaría la salvación.
Tal resistencia fue además apuntalada por la jerarquía eclesiástica. Una Teología Pastoral de 1929 señala, como parte de los deberes del sacerdote, la asistencia a los enfermos. Entre ellos, ubica a los que padecen del espíritu y, a su vez, entre estos, los que padecen degeneraciones morales, es decir, tienen malas costumbres y actúan de manera viciosa y escandalosa. En esta categoría quedan comprendidos los adúlteros, amancebados, bígamos, libertinos, briagos, blasfemos y todos aquellos que practican vicios ocultos. Como parte de su deber, el sacerdote debe procurar la cura de almas, para lo cual, debe diseñar una estrategia que le permita modificar la conducta, alejándolo de las ocasiones de pecado y procurándose la ayuda de amigos y familiares para su vigilancia y control, proponiéndose incluso que, si el enfermo no recapacita, pueda ser aislado para evitar el contagio.
En todos los casos, la iglesia católica atribuye el origen de estos males a las influencias de la vida moderna que son focos de infección moral. Entre estos se enumeran los teatros, cines, mala literatura, bailes, casas de juego y, por supuesto, casas de prostitución (Naval, 1929). Como puede verse, una buena parte de los enfermos espirituales están relacionados con la reglamentación de la sexualidad.
Veamos que dice respecto de cada uno de los focos de contagio moral:
  • Diversiones lascivas: cines, teatros, casas de prostitución, etc., en donde se pone en peligro el pudor y reina la obscenidad y la malicia, inficionadas de sensualidad, inmorales y peligrosas.
  • Casas de perversión: casas de juego, cafés cantantes y casas de prostitución.
  • Escuelas anticatólicas
  • Asociaciones perniciosas
  • Mala prensa: pornografía
  • Otros: la moda, los deportes, la relación de ambos sexos, las albercas y todos aquellos espacios en donde se puedan presentar ocasiones de pecado.  (Naval, 1929).  
Como vemos, las amenazas al orden establecido y al discurso oficial eran muchas y se presentaban en muy diversos frentes. La campaña moralizadora de la sociedad, llevada a cabo entre la década de 1940 y 1960, fue el último gran intento por parte de la Iglesia Católica de mantener el orden social cristiano. La campaña, tuvo como eje a la mujer (Solís, 2009), sin embargo, el embate del discurso modernizador y la apertura de nuevos espacios educativos, así como las nuevas prácticas laborales y el acceso a mayor información, contribuyeron a deteriorar un discurso que, pese a todo, se negaba a morir.
Reflexiones finales
El discurso de la iglesia cristiana católica se nutrió fundamentalmente de las ideas del judaísmo expresadas en el Levítico y de Pablo de Tarso, expresadas en sus epístolas. Tal discurso, se construyó en oposición a las prácticas sexuales que privaban entre otros pueblos, ello como un intento para dar identidad y diferenciar a los cristianos del resto de sus congéneres. El resultado de esta conjunción dio como resultado una moral no sólo restrictiva respecto de ciertas prácticas, sino también atemorizante y castrante en tanto que fundaba su observancia en la idea del pecado y el consiguiente castigo. Sin embargo, pese a las prohibiciones, las prácticas de la vida cotidiana nos muestran una doble moral imperante que se acentúa en ciertas épocas en función de la mayor o menor vigilancia.
Siguiendo la propuesta de Foucault, encontramos que la Iglesia católica estableció todo un dispositivo de poder en donde, el discurso presenta con claridad lo prohibido y lo permitido, además de instaurar las prácticas de la vigilancia y el castigo para todos aquellos que se atrevan a transgredir.
El discurso hegemónico se nutrió y cimentó a partir de otros discursos, como el moral, legal e incluso médico y psicológico. Ese discurso se mantuvo vigente hasta la primera mitad del siglo XX. A partir de la década de los sesenta, las condiciones sociales, económicas y educativas, permitieron abrir el discurso a la interpretación y a la transformación.


Ponencia de la mesa de debate: "La influencia del catolicismo en la educación de la sexualidad" dentro de las Jornadas de debate: "La construcción del pensamiento cultural y educativo sobre el tema de la diversidad sexual contra la discriminación.
Facultad de Psicología-Área Social UAQ, abril de 2011

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por tu objetividad y buen trabajo de investervencion

Anónimo dijo...

chido chido Ray estas bien nutrido de info. siempre me intereso desarrollar un tema exactamente igual... gracias por tus aportes.

que gusto encontrarse un colega en los resultados de google!